Mira y escucha bien lo que tienen para decirnos;
Ellos son como los halcones, las águilas, los cóndores, las serpientes, los jaguares, los lagartos, los anfibios, los ñandúes... El tiempo es dibujado en espiral. El territorio es una cruz con un punto en el centro.
Ahí donde se ven vajillas, ponchos, collares y colgantes, fajas, máscaras, adornos plumarios, mates, mantas, vinchas, tapices, no estamos viendo artículos pintorescos, sino autodefiniciones, mensajes, vestigios, rastros, no de las culturas indígenas, sino de una cultura anterior al diluvio (hace 11.600 años), que alcanzó un muy elevado nivel de sabiduría y completa sensibilidad hacia todo lo que existe, y con ello, un alto desarrollo social, espiritual y sobre todo, intelectual. Una cultura que no incluimos en el concepto que nos hicimos de "hombre" porque la historia política que conocemos comenzó a escribirla Herodoto en Grecia hace tan sólo 2.450 años, y está circunscripta a los sucesos y afanes de un lugar y un tiempo acotados.
La cultura indoamericana es antidiluvial.
Para entenderla es preciso apartarse de la Historia política de Europa, que es la única incluida hoy en los programas escolares.
Es posible detectar la cultura anterior al diluvio por sus rastros y señales; las construcciones culturales perduran.
Es legítimo considerar a cada grupo humano cultural como una raza diferente dentro de la misma especie. En tanto un par de sus miembros sobreviva a una catástrofe, la raza no se extingue, y por el contrario, vuelve a recuperar su población. Y si -además- ellos tienen la modalidad de la transmisión oral y de dejar rasgos seguros como rupestres y construcciones megalíticas, la continuidad queda asegurada.
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